La Eucaristía,
misterio de unidad entre Dios y los hombres
Señores cardenales,
venerados hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio,
queridos hermanos y hermanas,
Estoy contento de acogeros al concluir los trabajos de la Asamblea Plenaria del Comité Pontificio para los Congresos Eucarísticos Internacionales. Os saludo cordialmente a cada uno de vosotros, en particular al presidente, el arzobispo monseñor Piero Marini, a quien doy las gracias por las corteses expresiones con las que ha introducido nuestro encuentro. Saludo a los Delegados Nacionales de las Conferencias Episcopales y, de modo especial, a la Delegación irlandesa, guiada por monseñor Diarmuid Martin, arzobispo de Dublín, ciudad en la que tendrá lugar el próximo Congreso Eucarístico Internacional, en junio de 2012. Vuestra Asamblea ha dedicado gran atención a este acontecimiento, que se inserta también en el programa de renovación de la Iglesia en Irlanda. El tema, "La Eucaristía, comunión con Cristo y entre nosotros”, recuerda la centralidad del Misterio eucarístico para el crecimiento de la vida de fe y para todo auténtico camino de renovación eclesial. La Iglesia, mientras va peregrinando por la tierra, es sacramento de unidad de los hombres con Dios y entre ellos (cfr Conc. Vat. II, Const. Dogm. Lumen gentium, 1). Para este fin, ha recibido al Palabra y los Sacramentos, sobre todo la Eucaristía, de la que "continuamente vive y crece" (ibid., 26) y en la que al mismo tiempo se expresa a sí misma.
El don de Cristo y de su Espíritu, que recibimos en la Eucaristía, cumple con plenitud sobreabundante los anhelos de unidad fraterna que se albergan el corazón humano, y al mismo tiempo los eleva muy por encima de la simple experiencia de la convivencia humana. Mediante la comunión con el Cuerpo de Cristo, la Iglesia va siendo cada vez más ella misma: misterio de unidad “vertical” y “horizontal” para todo el género humano. A los brotes de disgregación, que la experiencia cotidiana muestra tan arraigados en la humanidad a causa del pecado, se contrapone la fuerza generadora de unidad del Cuerpo de Cristo. La Eucaristía, formando continuamente a la Iglesia, crea también comunión entre los hombres.
Queridísimos, algunas felices circunstancias hacen más significativos los trabajos llevados a cabo en estos días y los acontecimientos futuros. La presente Asamblea cae en el 50° aniversario del Congreso Eucarístico de Munich de Baviera, que marcó un cambio en la comprensión de estos acontecimientos eclesiales, elaborando la idea de la statio orbis, que será retomada más tarde por el Ritual romano De sacra Communione et de cultu Mysterii eucharistici extra Missam. En esta Cumbre, como ha recordado monseñor Marini, tuve la alegría de participar personalmente, como joven profesor de teología. Además, el Congreso de Dublín de 2012 tendrá un carácter jubilar, de hecho será el 50°, y se celebrará además 50 años después de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II, al que el tema hace referencia explícita recordando el capítulo 7 de la Constitución dogmática Lumen gentium.
Los Congresos Eucarísticos Internacionales tienen ya una larga historia en la Iglesia. Mediante la forma característica de la "statio orbis", ponen de relieve la dimensión universal de la celebración: de hecho, se trata siempre de una fiesta de la fe en torno a Cristo Eucarístico, el Cristo del sacrificio supremo por la humanidad, en la que participan los fieles no sólo de una Iglesia particular o de una nación, sino, en cuanto sea posible, de varios lugares del Orbe. Es la Iglesia la que se reúne en torno a su Señor y su Dios. Al respecto, es importante el papel de los Delegados nacionales. Estos están llamados a sensibilizar a sus respectivas Iglesias al acontecimiento del Congreso, sobre todo en el periodo de su preparación, para que fluyan de él frutos de vida y de comunión.
Tarea de los Congresos Eucarísticos, sobre todo en el contexto actual, es también el de dar una contribución peculiar a la nueva evangelización, promoviendo la evangelización mistagógica (cfr Exhort. ap. postsinod. Sacramentum caritatis, 64), que se realiza en la escuela de la Iglesia en oración, a partir de la liturgia y a través de la liturgia. Pero cada Congreso lleva consigo también una inspiración evangelizadora en el sentido más estrictamente misionero, tanto que el binomio Eucaristía-misión ha entrado a formar parte de las líneas maestras propuestas por la Santa Sede. La Mesa eucarística, mesa del sacrificio y de la comunión, representa así el centro difusor del fermento del Evangelio, fuerza propulsora para la construcción de la sociedad humana y prenda del Reino que viene. La misión de la Iglesia está en continuidad con la de Cristo: "Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo" (Jn 20,21). Y la Eucaristía es el trámite principal de esta continuidad misionera entre Dios Padre, el Hijo encarnado, y la Iglesia que camina en la historia, guiada por el Espíritu Santo.
Finalmente, una indicación litúrgico-pastoral. Dado que la celebración eucarística es el centro y el culmen de todas las diversas manifestaciones y formas de piedad, es importante que todo Congreso eucarístico sepa implicar e integrar, según el espíritu de a reforma conciliar, todas las expresiones del culto eucarístico "extra missam" que hunden sus raíces en la devoción popular, como también las asociaciones de fieles que a diverso título toman inspiración de la Eucaristía. Todas las devociones eucarísticas, recomendadas y animadas también por la Encíclica Ecclesia de Eucharistia (nn. 10; 47-52) y por la Exhortación post-sinodal Sacramentum caritatis, son armonizadas según una eclesiología eucarística orientada hacia la comunión. También en este sentido los Congresos eucarísticos son una ayuda a la renovación permanente de la vida eucarística de la Iglesia.
Queridos hermanos y hermanas, el apostolado eucarístico al que dedicáis vuestros esfuerzos es muy precioso, Perseverad en él con empeño y pasión, animando y difundiendo la devoción eucarística en todas sus expresiones. En la Eucaristía está encerrado el tesoro de la Iglesia, es decir, el mismo Cristo, que en la Cruz se inmoló por la salvación de la humanidad. Acompaño vuestro apreciado servicio con la seguridad de mi oración, por intercesión de María Santísima, y con la Bendición Apostólica, que de corazón os imparto a vosotros, a vuestros seres queridos y a vuestros colaboradores.
CIUDAD DEL VATICANO
jueves 11 de noviembre de 2010
(ZENIT.org)